Cuando se acerca la hora y caemos en la cuenta de que hay un solo camino hasta el suplicio, la memoria nos viene en auxilio y nos arroja al pasado en busca de un refugio seguro.
Oímos la última melodía: los ruidos del calabozo, los insectos, retardatarios, las toses y los ecos lejanos. Los fantasmas de otros muertos que nos vienen a hacer la corte.
Entonces, otros contemplan la escena desde su asiento con una sonrisa.
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